Reflexiones respecto al deseo

Te invitamos a desmenuzar juntos esta cuestión del deseo. Una de las pautas que notó en mi trabajo personal y terapéutico es que tendemos naturalmente a sentir que el pasto del vecino es siempre más verde. Es decir, nunca estamos satisfechos. Si estamos casados, añoramos la soltería… si estamos solteros, nos sentimos solos. ¿Cómo llegar entonces a un sano equilibrio entre la tenencia y la falta?

Uno de los nuevos talleres que estamos ofreciendo es sobre cómo sostener el deseo en la pareja, porque la experiencia nos muestra que la mayoría no logra superar la caída del idilio, de la idealización, la máscara de la ilusión. Se compran expectativas que, obviamente, después del periodo donde todo es maravilloso y perfecto y empiezan a notarse las fallas, las faltas, sobreviene la desilusión, el cansancio, la rutina y la falta de deseo.

Entonces, el deseo se empieza a poner en otro lado y aquí encontramos todo tipo de evasivas: infidelidades, relaciones abiertas para ponerle “sal” a la pareja y quedarse en un punto medio entre el amor y la pasión (con el amor en casa y la pasión afuera) o, por el contrario, la asexualidad.

Por supuesto, es mucho más difícil intentar un camino de seguir eligiendo al otro a pesar de la tentación y el atajo de lo nuevo, pero esto sigue siendo comprar más ilusión o seguir posponiendo el enfrentarme con la resolución del deseo. Si bien la vida es permanente cambio y devenir, el cambio constante también puede ser una excusa para no elegir, no comprometernos nunca, no trabajar en nuestras fallas y a la primera de cambio escapar a otro destino. Está bien soltar amarras donde no hay deseo, pero también lo está elegir el amarre donde lo hay y puede seguir habiéndolo.

El deseo, al ser ese misterio irreductible, también es conflicto. Un conflicto que nos desafía a superarnos y elegir día a día, momento a momento.

Fijate lo curioso y paradójico de las relaciones tóxicas que lo único que las sostiene es el deseo, que es un deseo expresado en goce violento y sin límite, pero que los implicados en esa trama entienden como piel, como pasión. Y aquí aparece uno de los disfraces del deseo. Pareciera que nos ata la intensidad emocional devenida en drama y violencia, porque al estar presente la amenaza del abandono y la pérdida, la ruptura, el engaño y la seducción de un tercero, todo se vive más intensamente. Viene luego la reconciliación, el reencuentro con el deseo (que vuelvo a decir, no es deseo pero se lo confunde con él) y así el ciclo se da una y otra vez. Pero ahí la pasión lo es todo y falta la estabilidad, la racionalidad.

En cambio, en una pareja asentada y sin estos altibajos emocionales, aflora la rutina como amenaza al deseo. Todo está tan bien que aburre… ¿será por eso que seducen tanto los «psicópatas», por vendernos tan bien este disfraz del deseo? Lo bueno y aburrido no es popular. Lo malo y peligroso, es más piola. Estamos tentados a valorar la vida jugando en la cornisa con la muerte.

¿Cómo compatibilizar entonces deseo y amor, cómo resolver esta encrucijada, cómo tener una relación estable (con todo el significado literal de la palabra: estable en tiempo y espacio, en sentimientos, pensamientos, conductas) sin que decaiga el deseo? Bueno, ese es parte del desafío tan difícil y por qué la mayoría de las parejas sucumben a los atajos de la ilusión.

Tentaciones vamos a tener siempre, no nos engañemos. Pero eso es parte del juego del discernimiento. Y por ello es imperativo registrar lo que nos pasa minuto a minuto, si es preciso para, sobre todo, ser honestos con nosotros.

Es un verdadero camino de autoconocimiento: implica ir subiendo de niveles de amor, como en un juego multidimensional que nos desafía a retos cada vez más complejos. Pasar del idilio a la aceptación radical del otro como es, a su vez, por el filtro de nuestra propia aceptación radical, y así para conectar a nivel emocional más profundamente, a nivel mental y a nivel espiritual. Y más allá.

Poder un día volver a abrir los ojos y seguir viendo a nuestro compañero/a de vida como la primera vez, pero sin los ojos endulzados de la ilusión. Si me quedo detenido y arraigado en un solo nivel (físico, emocional, mental o espiritual) inevitablemente habrá una grieta donde el deseo se desvanezca o la pareja en sí misma, literalmente, se rompa (en casos de violencia, por ejemplo). Por ello se trata de un trabajo multinivel, multidimensional, en varios planos al mismo tiempo, en una cadena de crecimiento que no sabemos dónde puede tener fin, si es que lo tiene. Ahí es donde cobra sentido que el amor no conoce límites: cuando está puesto en amar el crecimiento del otro, en el propio y en el compartido, que puesto en los términos de la ilusión tóxica se traduce como “te amo a cualquier precio”, aunque ese precio sea la muerte.

Por ende, notá cómo siempre los opuestos se atraen, y como cada media verdad de cada extremo es tan distinta. Una vez más, ahí el insondable enigma del deseo.

¿Cuándo podemos notar que esté deseo está apagado?

La depresión, que es una agresión encubierta hacia el propio yo, es una de sus salidas más comunes. La ansiedad, prima hermana de la anterior, es otra de sus caras en estos tiempos modernos. Por tanto, debemos estar atentos a síntomas depresivos (los siguientes son criterios tomados del «DSM V», que es el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales).

Estado de ánimo deprimido durante la mayor parte del día, presente más días que los que está ausente, según se desprende de la información subjetiva o de la observación por parte de otras personas, durante un mínimo de dos años. Nota: En niños y adolescentes, el estado de ánimo puede ser irritable y la duración ha de ser como mínimo de un año.

Presencia, durante la depresión, de dos (o más) de los síntomas siguientes: poco apetito o sobrealimentación, insomnio o hipersomnia, poca energía o fatiga, baja autoestima, falta de concentración o dificultad para tomar decisiones, y sentimientos de desesperanza.

Durante el período de dos años (un año en niños y adolescentes) de la alteración, el individuo nunca ha estado sin los síntomas de los Criterios A y B durante más de dos meses seguidos.

Los síntomas no se pueden atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (por ejemplo., una droga o un medicamento) o a otra afección médica (por ejemplo, hipotiroidismo).

Los síntomas causan malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.

¿Qué hacer entonces si hay instalada una depresión?

En los casos donde no sea necesaria medicación (esto se evaluará según el grado de afectación del trastorno y cuánto incapacitó al sujeto), el tratamiento apunta a volver a conectar con el deseo, fortalecer al yo. Esto se puede lograr mediante el desarrollo paulatino pero sostenido de una mirada más autocompasiva y no tan lapidaria de uno mismo, focalizando en las fortalezas más que en las carencias, resignificando lo percibido como errores o fracasos en aprendizajes y capitalizaciones, y empezando a mirar hacia adelante mediante metas y proyectos concretos, con objetivos realizables desmenuzando pasos para llevarlos a cabo con sus pros y contras, que siempre podrán ser ajustados.

El deseo se encuentra, pero también hay que buscarlo. Y tanto para la depresión como para su contraparte, la ansiedad, el afrontamiento es fundamental. No se trata de obsesionarse con descubrir un gran propósito o sentido sino más bien ir caminándolo, yendo hacia, que en ese ir se va a encontrar. Prueba y ajuste. No me gusta hablar de ensayo y “error” porque no hay errores. Si tomamos esto con una actitud de juego, de autodescubrimiento, dejaremos de agredir nuestro yo, que es el alimento de la depresión. Empecemos a tomar la vida como un patio de recreos donde experimentar es la clave para llegar a conocer el juego y cómo jugarlo. Como dice la canción: «caminante, se hace camino al andar».

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Alejandro Di Vagno.