¿Cuántas veces nos habremos preguntado: ¿qué me pasa? ¿Cómo es posible que repita las relaciones una y otra vez? ¿Qué hice para merecerme esto?
Al inconsciente no le importa el nombre de las personas con las que repetís una y otra vez las mismas situaciones. Lo único que guarda son las situaciones, con emociones e información. A esto es lo que se le llama «resonancias». Cuando atribuimos lo que nos ocurre, las circunstancias que se repiten a una especie de mala suerte, a pruebas de algún dios que nos envía para redimir no se sabe bien qué, el problema está en nuestra mente.
Cuando en tu vida se repitan circunstancias, hechos o situaciones del tipo que sean, evitá caer en la trampa de la superstición o, simplemente, en el victimismo con frases como «la mala suerte» o «un mal karma». Quizá no tengas que buscar fuera la respuesta que tanto anhelás, es posible tengas que buscarla en tus pensamientos, en tus sentimientos y en tus acciones. Todos y cada uno de ellos son una manifestación de tu conciencia. La información no se pierde si no se expresa: queda guardad en tu inconsciente, a la espera de poder manifestarse en tu vida consciente.
En las relaciones tóxicas, jugar al papel de víctima pareciera un camino fácil: sentarnos a juzgar y esperar que el otro cambie y responsabilizar a otros de todo lo que nos ocurre es el camino más fácil y torturador que podemos conocer. La realidad es que la victimización es un hoyo profundo en el que nos hundimos, que nos hace creer que somos incapaces de lograr algo por nuestra propia cuenta.
No existe nada más peligroso que un amor sin límites. Hablo de cualquier tipo de amor, padres, hijos, hermanos. No es válido negociar nuestros principios, eso nos lleva a culpar a los otros de nuestro sufrimiento, cuando en realidad somos nosotros mismos quienes lo permitimos con nuestras decisiones.
La única forma de salir de ahí es abrazando ese dolor útil y soltando un sufrimiento inútil. El sufrimiento también es una adicción: cuando no lo tenés padecés del síndrome de abstinencia. Antony de Mello decía: «Las personas que quieren una cura siempre que la puedan tener sin dolor son como quienes están a favor del progreso siempre que puedan tenerlo sin cambios».
Es en las relaciones cuando nos damos cuenta de quiénes somos y que estamos compartiendo en el pozo de la vida, el otro se convierte en mi maestro y me muestra mis carencias o mis aciertos.
El mundo es un a expresión de lo que somos, pero lo olvidamos.
Existen dos tipos de amor que aplica para todo tipo de relaciones, de pareja, familia, amigos, trabajo o y el amor heroico o lo que llama un Curso de Milagros: las relaciones santas o especiales. El amor egoico está dominado por el ego, por la máscara, por las expectativas y por la herida psíquica que nos dejó el mundo de cuentos de princesas.
Si no estamos dispuestos a que, en las relaciones, el otro se equivoque, no estamos preparados para tener una relación sana. Mucho menos si crees que el otro tiene algo que te hace falta. Esto indica que, de entrada, ya estás incompleto y buscás que el otro llene tu carencia, lo cual no pasará. Esto deprime y baja la moral, al sentir que nunca llenás la expectativa de las demás, ni para someter o juzgar con el fin de satisfacer nuestras propias necesidades.
Estamos aquí para corregirnos a nosotros mismos y hacernos cargo de nuestras elecciones. Por esto, la verdadera Ley del Karma es la oportunidad que tenemos para cambiar lo que estamos sembrando si no nos gusta lo que estamos cosechando. El amor egoico te dice que si tenés pareja serás feliz y el amor heroico te dice que seas feliz de todas maneras, y entonces el amor te encontrará.
El amor heroico es expansivo, debe sumar vida, no restar.
Las relaciones no nos liberan del sufrimiento, al contrario, nos atan a él cuando las hacemos responsables de nuestra felicidad. El poder en una relación siempre lo tendrá el que menos necesita al otro.
Te recuerdo una frase de «Un Curso de Milagros»: «Nuestra tarea no es buscar el amor sino destruir todas las barreras que hemos construido en su contra». Como dice Marianne Williamson en su libro «Volver al Amor»: «La plegaria no es Dios amado ayúdame a encontrar a alguien maravilloso, sino ayúdame a darme cuenta de que soy alguien maravilloso».
Artículo elaborado por Carolina Sartori.