El vínculo que cura

En el trabajo con niños y adolescentes, solemos enfocarnos en estrategias, herramientas y abordajes. Nos capacitamos, investigamos y analizamos cada caso desde una mirada integral. Sin embargo, hay algo que trasciende cualquier técnica: el vínculo.

Aprender, al igual que sanar, no es un proceso lineal ni automático. Se necesita confianza, seguridad y un otro que acompañe con presencia genuina. Cuando un niño se siente comprendido y contenido, encuentra en ese lazo la confianza para explorar, arriesgarse y aprender. Cuando un adolescente percibe que el adulto que lo acompaña está realmente presente, sin juicios ni imposiciones, puede abrirse al proceso, construyendo su propio camino de crecimiento.

El vínculo no es solo afecto, es un andamiaje que sostiene y potencia. Es el espacio donde se habilita la palabra, la expresión de emociones, el error y el intento. Es donde el otro se siente visto, escuchado y validado en su singularidad. En ese marco de confianza, un niño con dificultades en el aprendizaje se anima a intentarlo una vez más. Un adolescente con miedo al fracaso puede replantear sus estrategias y una familia encuentra el apoyo necesario para acompañar a su hijo desde un nuevo lugar.

A lo largo de mi recorrido profesional, fui testigo de cómo el lazo que se construye en cada proceso terapéutico es muchas veces el factor decisivo en la evolución de un niño o un adolescente, porque el aprendizaje y el desarrollo no dependen solo de la repetición de ejercicios o de la aplicación de técnicas específicas sino del contexto emocional y relacional en el que ocurren.

El impacto del vínculo se observa en pequeños gestos: en la confianza con la que un niño vuelve al espacio terapéutico, en la manera en que un adolescente se permite expresar sus miedos, en la tranquilidad con la que una familia transita el proceso cuando siente que no está sola. En cada uno de esos momentos, la relación que construimos funciona como sostén y como motor de cambio.

No se trata de que el vínculo reemplace las estrategias o los conocimientos técnicos sino de entender que es la base sobre la que todo lo demás se construye. Un niño que se siente seguro y comprendido podrá enfrentarse a sus desafíos con mayor fortaleza. Un adolescente que encuentra en el adulto un interlocutor genuino se permitirá revisar sus propias barreras y explorar nuevas posibilidades.

Trabajamos con funciones cognitivas, con procesos de aprendizaje y con herramientas terapéuticas, pero en el centro de todo está la persona, y en esa persona, el vínculo es el puente que le permite desplegarse, animarse, evolucionar.

Nadie avanza solo. Crecer es un acto profundamente humano. Y en nuestra labor, el conocimiento y las herramientas son indispensables, pero el verdadero motor del cambio está en la calidad de los encuentros. Es allí, en ese vínculo que cura, donde realmente se produce la transformación.

Artículo elaborado por la licenciada Josefina Pelayo.