¿Qué es comer bien?

Socialmente nos enseñaron qué significa comer bien y qué significa comer mal. Así entonces, comer harinas y facturas “está mal”, frutas y verduras “está bien”. A comer bien y mal, en esta cultura que halaga la delgadez como otro valor moral, se le asocian conceptos y construcciones aún más complejas como son las formas de categorizar las corporalidades: gordo, flaco.

Entonces, para esta cultura el flaco come bien, es correcto y tiene salud. El gordo come mal, es incorrecto y no tiene salud (o, al menos, debería estar todo el tiempo en esa búsqueda).

En psicoanálisis hay un concepto que es el superyo y su función es comparable a la de un juez o censor con respecto al yo. Sigmund Freud, creador del Psicoanálisis, considera la conciencia moral, la auto observación, la formación de ideales, como funciones del superyo. Desde este lugar, nuestra psiquis construye la idea de moralidad sobre los discursos creados por esta sociedad peso centrista y opresora de los cuerpos diversos.

Como la realidad es un efecto de un discurso, en nuestra cultura se estableció un juicio de valor a algo tan cotidiano como es alimentarnos y al tamaño del cuerpo. Construimos la creencia de que comer bien y ser flaco te hace una persona sana y correcta. Por el contrario, comer mal y ser gordo una persona sin salud e incorrecta. Sin considerar en este juicio reduccionista los privilegios ni las posibilidades de cada persona y cargando con la temida culpa al ser individual.

Consecuencia de estos discursos que crean realidades, las personas con cuerpos gordos son discriminados y condenados a este juicio, dando lugar a factores de riesgo mucho más peligrosos para la salud que la creencia simplista de que hay alimentos buenos o malos. Las personas con cuerpos delgados tienen miedo a subir de peso, como también dejar de habitar los privilegios perversos que esta sociedad les atribuye como saludables y correctos.

Para esta cultura, comer bien es comer poco, tener la “voluntad” de sacar alimentos demonizados de la alimentación habitual y aguantarse el hambre. Lo cierto es que comer menos de lo que necesitamos, demonizar alimentos de placer o aguantarse el hambre en un ayuno a voluntad no es salud. Comer bien es singular, flexible y, sobre todo, posible en la medida que se adapta a cada individuo.

El tamaño de nuestro cuerpo no tiene valor moral. Mucho menos, debe tener un control opresivo que nos aleje del acceso a mejorar nuestra salud. Consideramos que estos absolutos tan simplistas nos están acercando a padecimientos que van más allá de las cuestiones físicas, también tienen un fuerte impacto en lo social y en nuestra salud mental.

“Comer bien” asociado a lo saludable hoy es una moralina que talla un vínculo con la nuestra salud. Y, sobre todo, con nuestro cuerpo, que nos aleja del derecho que tienen todas las corporalidades al acceso a la salud. No dando así lugar a la posibilidad de cada quien de armar un bien singular e individual. Para eso consideramos necesario el trabajo colectivo de la deconstrucción de estos absolutos que no nos representan. Te invitamos a deconstruir juntos estos absolutos.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por las licenciadas Julieta Direnzo y Rocío Sosa.