La mejor frase que escuché en mi vida sobre qué es meditar me la dio mi instructora hace muchos años, y esta fue: “Meditar es dar existencia al alma”. Fue tan impactante esta frase que busco y busco decir de otra manera qué es meditar y no encuentro enunciado más real que este.
Dar existencia al alma es volver al origen, es estar en casa nuevamente, es poder refugiarme sin evadirme, es entrar en un estado tan placentero como volver a experimentar el Edén perdido, es entrar en un vacío donde todo es completo. ¿Sabés por qué se producen estas paradojas? Porque cuando meditás solo existe el presente. Si el pasado se te presenta no estás meditando, si el futuro viene a la mente con las cosas que querés hacer en un tiempo no muy lejano, no estás meditando. Solo entrás en ese estado cuando tu mente pudo lograr permanecer en el presente.
¿Es difícil?
Sí, lo es, como todas las cosas cuando alguien no tiene entrenamiento, porque a la mente también debemos entrenarla.
La mente es como el agua vertida en surcos preestablecidos y que siguen un recorrido ya conocido, el entrenamiento hace a la velocidad y la destreza para llegar a destino. Cuando alguien aprende algo nuevo primero debe establecer el surco o camino, eso produce un esfuerzo en el cerebro, por lo tanto, se requiere de una energía extra que, por lo general, la traducimos como cansancio. Como no está en nuestra zona de confort lo dejamos, y así pasa con todas las disciplinas que queremos aprender de cero, por eso se dice que los niños tienen una mente más plástica. A medida que nos vamos poniendo viejos, los surcos creados por la vida ya son canales difíciles de corregir, pero cuidado, porque no digo imposible sino “difícil”.
La pregunta más frecuente sobre este tema es: “¿cuánto tiempo debo meditar si comienzo con esta disciplina?”.
Como todo ejercicio, hay que comenzar de a poco. Si yo hoy, con 50 años, quiero ser bailarina, tendré las limitaciones físicas correspondientes (por más plástica que sea mi cuerpo para la edad) para los saltos o las elongaciones, si tengo la coherencia de saber que no soy Eleonora Cassano y quiero aprender a bailar por placer, vamos muy bien, porque el primer requisito para poder hacer cualquier actividad es el sentido común.
Si quiero aprender a jugar al golf (que visto muy desde afuera es pegarle a la pelotita), me voy a dar cuenta que en esta disciplina no necesito de saltos ni posturas de baile, pero sí de una técnica específica para tomar el palo, de una concentración precisa para llegar al hoyo y de un ojo entrenado para calcular la distancia.
Con esto quiero decir que la meditación también requiere de una disciplina diaria y que, al principio, con un minuto por reloj para aquietar la mente les puedo asegurar que es una eternidad para el que nunca hizo nada.
La mente es como un espejo, y ahora pregunto: ¿en un espejo distorsionado podemos ver nuestra imagen real? Aquietar la mente es entrenarse en ver “lo real” en el “espejo de mi mente”. A esto que escribí como “lo real” los hindúes lo llaman “viveka”, que significa discernimiento. Al espejo que distorsiona mi imagen los hindúes lo llaman “maya” (ilusión).
En meditación, lo primero que se debe practicar es aprender a distinguir lo real de lo ilusorio, lo verdadero de lo falso, y para eso tenemos que entrar en la segunda etapa: calmar las aguas.
¿Cómo se calman las aguas?
Dándoles un cauce, una ruta donde se puedan direccionar, un recorrido donde se puedan dirigir sin lastimar ni hacer desastres y, ¿a qué llamamos aguas? Denominamos así a las emociones.
Estas deben ser encauzadas, dirigidas y transmutadas, deben ser domadas como los caballos, ellas reconocen nuestros miedos y, cuando lo hacen, toman el control de nuestra vida para sembrar todo tipo de emociones destructivas a nuestro alrededor. Son las emociones porque, principalmente, somos más seres emocionales que pensantes. Estas emociones son las que tiranizan nuestras vidas, y es ahí donde debemos enfocarnos en la tarea meditativa.
En definitiva, meditar es un estado de conciencia, nos hace gozar de mejor salud, trabajar en nuestros pensamientos, lograr poco a poco restablecer vínculos internos con nosotros mismos y con los otros, ser más tolerantes, equilibrar el carácter, no vivir tan agitados y ponernos en contacto con nuestro propósito interior que es universal para todos los hombres: ser feliz.
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